Desde mediados del siglo XIX, el desarrollo industrial ha sido un factor inherente a las ciudades puerto, fenómeno del que la región de Valparaíso no estuvo ajena. Sin embargo, cada uno de estos procesos acumuló contaminantes -muchos de ellos persistentes o recalcitrantes en sus sistemáticas manipulaciones y procesos- los que se fueron sumando, hasta que con el tiempo se transformaron en lo que hoy se conoce como “pasivos ambientales urbanos”.
Con “pasivo ambiental” nos referimos a una deuda generada en otro tiempo, bajo circunstancias sociales, culturales y técnicas distintas, que en la actualidad constituye un residuo necesario de informar, focalizar y tratar.
En el caso de Viña del Mar los pasivos ambientales son herencia de la ciudad. Se trata de un problema que implica componentes peligrosos y que permanecen en el entorno. Muchas veces a este escenario se agrega un ambiente frágil que complejiza su situación y manejo.
Si revisamos la historia de la ciudad, veremos que el comienzo del despliegue industrial de Viña del Mar está íntimamente relacionado al desarrollo y extensión del ferrocarril, el que contempló una serie de etapas:
Primero, un “desarrollo industrial temprano” (1857 a 1874) en torno al eje ferroviario. Luego, un “desarrollo industrial liberal” (1874 y 1881) concentrado en las actividades vinculadas a la expansión del ferrocarril. Un “desarrollo liberal tardío” (1881 y 1920) donde las actividades industriales se diversificaron y se incorporaron contaminantes de metales pesados y elementos químicos básicos.
Ya iniciado el siglo XX, se produjo un “primer desarrollo nacional” (1921 y 1945), en el que se produjo una gran promoción de la industria nacional, seguido por un “desarrollo nacional complejo” (1945 a 1983) en el que sistemáticamente la ciudad comenzó a incorporar servicios automotores. La crisis del proceso postfordista –en el caso de Chile con la crisis económica de 1983– cerró el ciclo industrial, siendo la quiebra de la Compañía de Refinería de Azúcar de Viña del Mar (CRAV) el hito que cambió el paradigma.
La ciudad reconvertida hacia los servicios urbanos olvidó su pasado industrial y hoy sólo lo observamos como un “legado”, vinculado a las comunidades que estos desarrollos generaron: sindicalismo, mutualismo, organizaciones de diversa índole, barrios, poblaciones, y un remanente patrimonial olvidado, junto al legado silencioso de los contaminantes que hoy llamamos pasivos ambientales urbanos.
Hoy, esta “herencia” puede ser vista como una oportunidad para proyectar la regeneración de las condiciones naturales urbanizables, y de esta manera, comenzar a hacer las cosas en forma diferente para proyectar la vida y dar sostenibilidad a la ciudad.
Es por esto que hoy en día es más importante que nunca hacernos cargo de un problema que es de toda la ciudad, impulsando proyectos de remediación de terrenos que tienen pasivos ambientales. Recién a partir de aquí será posible que hablemos, no de desarrollo inmobiliario, sino de desarrollo urbano, un proyecto de ciudad que aportará una visión de futuro, con sostenibilidad y adaptabilidad.